



Fotografiar la vida salvaje no es estar de dependiente en una tienda, ni trabajar de 9 a 3 como funcionario. No puedes quedar con un lince o una avutarda. El comportamiento de tu modelo determina lo que tienes que hacer, cómo tienes que hacerlo y a qué hora. Muchas veces tienes que permanecer oculto durante muchas horas, y nadie te asegura buenos resultados. Es normal que tengas que volver a casa sin haber hecho ni una sola foto, o que tengas que tirar la mayoría o todas las fotos que has hecho ese día. No puedes ser quisquilloso. Lo mismo se te hielan las manos con el frío que se te empaña el visor por el sudor de la cara. Ahora estás aquí y dentro de un rato no sabes dónde vas a estar. Acabas por volverte salvaje, sujetándote a las mismas leyes que tienen los animales a los que sigues. La fotografía naturalista no es un arte, más bien es una puesta a prueba de las capacidades físicas y psicológicas de uno mismo. Te tiene que gustar realmente esto para aguantarlo todo sin una sola queja, y sobre todo para llegar a compenetrar con la naturaleza, sin duda algo imprescindible para obtener unos mínimos resultados. No ganamos para bolígrafos para apuntar las horas extras.




Los equipos que trabajan la naturaleza no se caracterizan precisamente por el delicado trato que reciben. Alguna vez se te moja la cámara por la lluvia, otras veces se calienta en exceso por el calor estival, por no hablar del polvo o de las bajas temperaturas. Es normal tener que meter el trípode en un arroyo para fotografiar una simple rana o cualquier pájaro a ras del agua. Si quieres la foto, muchas veces lo tienes que hacer. Alguna vez se me ha volcado el equipo dentro de un arroyo o se me ha inundado una carcasa submarina dentro del mar, y eso no hace mucha gracia.









Los fotógrafos de naturaleza no somos reporteros, sino que intentamos mostrar al público la vida salvaje de la forma más real, clara y espectacular posible, mezclando veracidad con ciertas dosis de improvisación. Tenemos que ser fotógrafos y naturalistas al mismo tiempo. Rara vez reparamos en tiempo o en esfuerzo; hay que conseguir siempre la mejor imagen, a costa de lo que sea salvo de interferir negativamente en la naturaleza, evidentemente. Para un verdadero naturalista, la fotografía es siempre menos importante que el bienestar de lo fotografiado. En el campo no valen las distracciones, hay que estar en el sitio justo en el momento justo. A veces hay que ser realmente pesado. Si hoy no hemos conseguido la foto que queremos, mañana será otro día. Y si no, quizá lo consigamos pasado mañana. O el año que viene. No podemos permitirnos el lujo de que se nos escape nada, pues la naturaleza no siempre nos va a dar dos oportunidades. “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, pero sin prisas.








Hay personas que creen que esto de fotografiar animales es como irse de cacería, pero nada más lejos de la realidad. Un cazador puede disparar desde una distancia considerable, mientras que nosotros no sólo nos tenemos que poner un conejo a 4 metros o un pajarillo a un metro y medio, sino que tenemos que hacerlo a la vez que conseguimos mantener la tranquilidad de estos animales, para que sea esto lo que reflejemos en nuestras fotos. No es nada fácil, por ejemplo, conseguir una foto de un par de abejarucos copulando a 3 metros de nuestro objetivo. Los cazadores, por otro lado, nunca se quedan sin poder disparar porque su escopeta le dé medio segundo de exposición. Fotografiar la naturaleza es, pues, una actividad extremadamente difícil.






Pero no todo es trabajar. Cuando consigues contarle los pelos del bigote a un lince ibérico sin necesidad de haberte escondido en un “hide”, o cuando llevas varios años siguiendo los movimientos de una pareja de búhos reales y de pronto por fin se te posa uno justo delante de la luna, todo el trabajo realizado anteriormente se ve gratamente compensado. Mucha gente permanece varios días con sus noches a la puerta de un campo de fútbol para conseguir los mejores puestos en el concierto de su ídolo, y los tachan de locos. Nosotros tenemos que hacer algo parecido para conseguir fotografiar a los animales que nos gustan. Pero después de esperar el tiempo necesario, estos aparecen, y ahí estamos nosotros en primera fila para no perdernos ni un solo detalle de nuestro «concierto».






Capturar animales salvajes en una película fotográfica o en un sensor digital, ya sea a pecho descubierto o desde en interior de un escondite, requiere habilidad, conocimiento de la especie a fotografiar y sobre todo mucha suerte, aunque bien cierto es que si no salimos al campo no vamos a tener esa “suerte”. Es IMPRESCINDIBLE conocer a los animales que fotografiamos. Una persona que esté familiarizada con el comportamiento de los animales que va a fotografiar y tenga unos conocimientos mínimos de fotografía puede conseguir muy buenas imágenes, pero alguien que no haya visto un “bicho” en su vida, aunque sea el mejor fotógrafo de deportes o de retratos del mundo, no tiene nada que hacer en el campo. En esto, como en casi todo, se necesita mucha experiencia para obtener buenos resultados, además de grandes dosis de paciencia. Una paciencia que en la mayoría de los casos raya en estupidez (por lo menos a ojos profanos), pero imprescindible para desarrollar esta actividad con éxito. Pero la insistencia da sus frutos, y tarde o temprano se verá reflejado en los resultados. No importa cuál sea tu nivel de experiencia y habilidad; “cazar” animales con una cámara siempre va a suponer un reto incluso para el más “todoterreno” de los mortales.





