«Hace algunos años ya, cuando yo todavía era un niño, realicé con unos cuantos familiares lo que por aquel entonces era el primer gran viaje de mi vida. Iba a meterme 4 ó 5 horas en un coche para viajar hasta Madrid, a un chalé familiar muy cerca de Guadalajara. No es que sea un viaje especialmente largo, pero en aquellos tiempos, cuando solo salía de mi pueblo de semana en semana para recorrer unos escasos 15 km que me separaban de mi familia en otro pueblo cercano, un viaje de cerca de 500 km supondría algo más que una nueva aventura.
Me esperaba nada menos que una visita a la más caótica pero curiosamente organizada de las urbes, ese estresante puzzle de cemento, ruido, coches y personas de todas las culturas, moviéndose sin rumbo ni fin aparente en todas las direcciones que marca la brújula. Para mí, todo aquello representaba un mundo que nunca antes me había llamado la atención pero que paradójicamente, al saber que de una forma casi errática iba a penetrar en lo más hondo de esa gran selva de cemento y alquitrán, empezó a atraer mi curiosidad de una forma digamos que bastante notable.
Una vez que me vi allí dentro, ciertamente nada me impresionaba, ya que desde la altura de mis ojos no conseguía captar la diferencia que había entre las calles por las que transitábamos y las avenidas de mi cercana Córdoba capital.
Nos metimos en uno de esos edificios altos, no me acuerdo si subimos por el ascensor o por las escaleras, y llegamos a un piso unas cuantas plantas más arriba. Allí saludamos a nuestra familia madrileña, y al cabo de un rato me ausenté porque me corroía la curiosidad por saber qué era lo que se escondía detrás de una de las ventanas que daban al exterior. Quería deleitarme con la que suponía una gran vista de aquella enorme ciudad.
Cuando me asomé a aquella ventana me llevé una de las peores decepciones de toda mi vida. Todo, absolutamente todo, desde mi vertical hasta no más allá de lo que me permitía ver el nada nítido y casi invisible horizonte, era una gran masa de edificios, avenidas, calles, coches y personas del tamaño de pequeños renacuajos. Una gran neblina de humo marrón lo cubría todo hasta una cierta altura. Desde allí el cielo no era azul. El estrés subía desde la calle como una plaga expandida por el calor del estío. Asomé la cabeza por la ventana, y lo que más me llamó la atención fue un fuerte zumbido que llegaba de todas partes. De vez en cuando algún claxon bien camuflado en ese zumbido o la sirena de una ambulancia que no conseguía ver venía a engrosar el número de decibelios que llegaban hasta mis oídos.
Inmediatamente metí de nuevo la cabeza en el interior de aquella “madriguera”, y desde entonces tuve claro que lo que a mí realmente me hacia feliz y me hará feliz, y quería que siguiera representándome durante el resto de mi vida, era vagar de noche por los pequeños y últimos manchones de bosque mediterráneo que quedan en mi pueblo a los que yo llamo selvas, llenarme de polvo y sudor mientras andaba descalzo por algún páramo de esa campiña a la que yo llamo sabana, y meterme con el agua hasta el pecho en las frías aguas de mi Carchena casi natal, la que yo creí durante muchos años, qué años aquellos, mi pequeño Amazonas en miniatura.»
En el año 1992, cuando tenía 8 años, hice la primera foto de mi vida, por lo menos que yo recuerde. Por aquel entonces solo contaba con una pequeña cámara compacta de plástico de 35 mm, con enfoque fijo y distancia focal fija, y usaba normalmente películas negativas en color cuya marca seguramente me importaba poco en esa época de mi vida.
Desde entonces los tiempos han cambiado mucho, aunque hoy día sigo fotografiando el mundo alternando la magia de las emulsiones de 24×36 mm con la economía productiva de los equipos actuales, pero sin abandonar la forma de trabajar de aquella fase de la historia de la fotografía… y de mi vida.
Me he dado cuenta de que consultar continuamente las fotos que estoy haciendo sobre la marcha no contribuye en absoluto a mejorar mi experiencia como fotógrafo. Salvo contadas excepciones o que la cámara de fotos que esté usando no tenga visor, suelo desconectar la pantalla trasera de mis cámaras digitales y solo reviso las fotos cuando llego a mi casa en un intento de forzar a mi cerebro a prever el resultado de una forma más activa y disfrutar de una experiencia fotográfica similar a la de mis inicios en la fotografía, algo que me encanta y que además me trae muy buenos recuerdos. De esta forma facilito mi aprendizaje sobre el arte de anticiparme a una escena. Los fotógrafos que no saben trabajar así me suelen decir cabezón.
Como fotógrafo viejo que soy, me gustan los colores de las diapositivas de finales del siglo XX, especialmente Kodachrome 64, Velvia 50 o Provia 100F, y el contraste y el grano típicos de Kodak Tri-X cuando pienso en blanco y negro. Durante la mayor parte de mi etapa inicial de aprendizaje casi siempre he usado diapositivas de isos bajos, y al final aprendes a hacerlo en la cámara. Jamás edito las imágenes más allá de los parámetros normales de corrección de dominantes y exposición, solo si hace falta. Velocidad de obturación, diafragma, ISO y enfoque hacen que tu cámara no necesite más tonterías; el resto lo pone tu habilidad.
Aparte de la fotografía, tema principal de esta web, también me gustan otras cosas como volar, el análisis de la conducta y las técnicas de supervivencia, entre otras cosas. Vuelo en parapente desde 2002, en el año 2020 me formé como perito judicial en el análisis forense del lenguaje gestual, y en 2014 empecé con la obtención del título de instructor de técnicas de supervivencia, este último todavía sin terminar.
Ahora ya me conocéis un poco mejor. Las fotos que veis en esta página son lo que más o menos he podido dar de sí desde que empecé con esta locura que a veces es afición y a veces es trabajo. Espero que os guste.
Mi equipo actual:
Cámaras:
- Fujifilm X100V
- Fujifilm X-T3 (x2)
- Nikon FM2
- OM SYSTEM Tough TG-7
- Sony DSC-HX60
Objetivos:
- Fujinon XF 16mm F1.4 R WR
- Fujinon XF 16-55 mm f/2.8 R LM WR
- Fujinon XF 70-300 mm F4-5.6 R LM OIS WR
- Nikon 35-70
- Nikon 50
- Tamron 80-210
- TTArtisan APS-C 23mm f/1.4