En la selva de Perú, la geografía manda. Desde los asfaltos intermitentes de las ciudades de la selva hasta el curso casi infinito del río Amazonas, las rutas que conectan a sus habitantes son un testimonio de resiliencia y adaptabilidad. Aquí, los caminos no solo unen puntos en un mapa; son arterias de vida que transportan alimentos, mercancías, historias y sueños entre regiones tan contrastadas como Tarapoto, Yurimaguas o Iquitos.
La Carretera Fernando Belaúnde Terry, una obra maestra que serpentea entre montañas y valles, se erige como el principal lazo entre la costa, la sierra y las profundidades de la selva. Esta vía se extiende por buena parte de la selva alta, cruzando paisajes que parecen cambiar a cada kilómetro. Aquí, los autobuses de larga distancia se llenan de familias, comerciantes y mochileros, mientras las combis, esas pequeñas camionetas que esperan llenarse antes de partir, cumplen un rol esencial en los trayectos cortos. Los camiones no se quedan atrás, transportando desde productos agrícolas hasta maquinaria, vitales para el comercio local.
En las ciudades intermedias, como Tarapoto, los motocarros dominan el paisaje urbano. Estos vehículos de tres ruedas, coloridos y ruidosos, son el alma del transporte diario, llevando a todo tipo de personas por igual. Pero no solo la tierra conecta a esta región: desde el aire, decenas de aviones despegan a diario hacia Lima y otras ciudades, permitiendo que Tarapoto sea una puerta de entrada accesible a la Amazonía.
Cuando las carreteras terminan, los ríos toman el relevo. En la selva baja, Yurimaguas se convierte en un punto clave donde las aguas del río Marañón marcan el inicio de travesías hacia comunidades remotas y hacia Iquitos, la mayor ciudad amazónica. Aquí, embarcaciones de todos los tamaños y velocidades se convierten en protagonistas: las lanchas rápidas prometen aventuras de pocas horas, mientras que los peque peque, pequeñas embarcaciones con motores rústicos, ofrecen una conexión más íntima con el paisaje y la cultura local. Los ferris, más lentos, son una buena opción para poder conseguir un pasaje más barato. Para cruzar ríos imponentes, las barcazas transportan desde camiones cargados hasta familias enteras, recordándonos que aquí el río no es una barrera, sino un camino.
Iquitos, aislada por tierra, es un mundo en sí misma. Sin carreteras que la unan al resto del país, la ciudad vive al ritmo de los ríos y los cielos. La práctica totalidad de las mercancías que se consumen en esta ciudad llegan a través de los ríos, llenando los puertos de estibadores cargando y descargando embarcaciones de todos los tamaños tanto de día como de noche. En el horizonte, las grandes embarcaciones que navegan el Amazonas contrastan con los pequeños botes que zigzaguean entre islas y comunidades. Este movimiento constante es la savia que mantiene viva la ciudad más grande de la selva peruana.
El transporte en el norte de Perú es mucho más que un sistema logístico. Es un reflejo de la capacidad de los peruanos para adaptarse a su entorno, para crear caminos donde no los hay y para conectar mundos que, a simple vista, parecerían lejanos. En esta región, las carreteras, los ríos y el cielo no solo unen paisajes; entrelazan culturas, historias y modos de vida, recordándonos que en la selva peruana, cada viaje es, en esencia, una exploración.